sábado, 27 de febrero de 2010

El verdadero objetivo de las sectas

Las sectas se comprenden desde la ambigüedad: proponen despertar el alma para oscurecerla, orientar para confundir; alcanzar el bien “supremo” para ganar espacios con el mal, beneficiar para despojar, construir comunitariamente entre “hermanos” para destruir la hermandad comunitaria, unir para dividir; encontrarse para perderse, humanizar para deshumanizar, relacionar para separar, adquirir para vaciar y hurtar dignidad, valores, creencias, dinero, proyectos, realización, sentimientos, voluntad, tiempo, la Verdad; en síntesis, proponen vivir agonizando.

Y las ambigüedades sectarias nos conducen a dilucidar el verdadero objetivo: instaurar la indiferencia social y cultural entre quienes, casi inmutables y permisivos ante tanto desequilibrio, juegan a su favor. La indiferencia siempre conduce a una mayor inestabilidad emocional. Si la contaminación es un cambio indeseable que puede afectar negativamente al hombre, pues entonces esta indiferencia nos está contaminando, y su impacto se proyecta en la desdicha.

Cuando una persona se siente desdichada se comportará como desorientada en ciertos aspectos de su vida; impulso, fuente y causa de la necesidad de buscar “la dicha” en cualquier parte. Y si la desdicha se suma al miedo, movilizará otros aprendizajes, llegando a la combinación perfecta para “aprender” de las sectas.

La capacidad de manipular, de valorar lo que puede servir de una persona dio lugar al despojo, a expensas de las relaciones con los demás y con el único interés de evitar toda aproximación empática, bloqueando los comportamientos sociales inteligentes. La conciencia del daño que continuamente muerde las esencias nos plantea nuevamente ¿qué deberá hacer el hombre para no perder su condición de hombre?

La necesidad de medir las consecuencias de nuestros actos nos hace diferentes; conocemos las consecuencias de conferir poder, nuestro poder, a quienes por acumulación gratuitamente permitida, continúan por inacción obteniéndolo. Recordemos que el resultado siempre se observa en el espejo social.

Cada individuo, por esencia, lleva una impronta naturalmente dada. Nuestras cualidades representan lo más sublime. No somos un accidente, tampoco lo es la instauración y proliferación sectaria. El “poder sectario” comparte con nosotros la espera silenciosa, pero desde otra grada.

Allí todo el ideal se pragmatiza, se convierte en táctica y cae bajo la presión de las ambiciones de la trepa, de las ansias de poder, en suma, del deseo de adquirir la preponderancia necesaria para nivelar la ambigüedad de lo humano, esa tierra movediza en la que se está sin saber jamás qué es aquello que puede justificar nuestra existencia conciente – Moreno Peralta, 2006

Mara Martinoli

Fuente de información: APG ARGENTINA

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